Por Daphne Dionizis
Íntegra, franca, valiente, honesta, con un gran sentido del humor y amante de los zapatos, son solo algunas cualidades que describen a nuestra querida Karen Poniachik, quien con 57 años, una hija y una intensa trayectoria profesional, dejó este mundo debido de un cáncer al páncreas.
Con mucha humildad, quisimos dedicarle este espacio a sus familiares, amigos y toda la Comunidad para rendirle un pequeño homenaje a una gran mujer.
Tal como dice Hilel en Pirkei Avot 1:4, “Si no estoy para mí, ¿quién lo estará? Si sólo estoy para mí, ¿qué soy? Y si no ahora, ¿cuándo?”, cada uno fue creado con un propósito y con las herramientas necesarias para vivir el presente y marcar una diferencia en el mundo. Eso fue lo que hizo en su corta vida Karen, tal como lo describen sus seres queridos.
“Ella siempre fue la más matea de todos los hermanos, probablemente influyó que con ella fueron muy exigentes, quizás mucho más que con todo el resto de nosotros. Karen antes de entrar a estudiar periodismo en la Universidad Católica, era bastante distinta a lo que terminamos conociendo todos; ella quería ser modelo. Cuando entró a la carrera conoció quizás el real Chile de aquellos años ‘80, bajo el Gobierno Militar, y vio lo que estaba pasando bajo muchos aspectos y afloró una Karen muy revolucionaria. De chica siempre fue muy rebelde en la familia, pero aquí apareció la rebeldía en términos políticos. Discutía mucho con sus abuelos, tíos, padres, quienes tenían posiciones totalmente distintas en lo político”, asegura su hermano David.
Sigue recordando eventos que marcaron su infancia con Karen. “Cuando tenía alrededor de 10 años y Karen 20, la acompañaba a tocar cacerolas a la calle cuando había los famosos “Cacerolazos”. Todos los vecinos del barrio salían a increparla, pero ella podía discutir con 15 personas sin ningún tipo de problema y podía estar una hora discutiendo con argumentos de por qué tocaba la cacerola y lo que pasaba en Chile. Me servía mucho acompañarla para culturizarme sobre la situación en el país; yo escuchaba y aprendía cosas de ambos lados, para después tener discusiones en el colegio y universidad con mucho mejores argumentos”, recuerda David.
“Nunca pasó inadvertida. Llegaba a un lugar y llenaba los espacios con su presencia, sus opiniones, sus sueños, anhelos, controversias y con sus temores también…
No tenía miedo de expresar lo que pensaba o sentía; esa cualidad que algunas veces le jugó a favor, pero también en contra y le costó más de alguna pelea también, la hizo distinta frente a sus pares. Era sincera, directa y una ferviente luchadora por la igualdad de las personas. Era una defensora del débil y de distintas causas, sobre todo, resaltó el machismo transversal que existía con relación al rol de las mujeres en la sociedad chilena. Exigía muy fervientemente que haya igualdad entre hombres y mujeres en los paneles, foros, en los directorios en las empresas e incluso, en la sinagoga. Sin dejar su femineidad de lado, sino que, todo lo contrario, exigía el trato igualitario entre hombres y mujeres y creo que dejó una huella importante.
También se atrevió a ser madre soltera e inspiró a otras mujeres a lograrlo”, nos cuenta Dalia Pollak, prima y mejor amiga.
“Era una mujer tenaz, lo que se proponía lo lograba. Tenía un gran sentido de propósito, de saber lo que quería lograr y cómo llegar a eso. Su capacidad de networking, de conectar, de encontrar a la persona adecuada y abrir caminos para otras personas. Fue una persona muy honesta, franca y que sabía liderar muy bien a los equipos”, recuerda su fiel amigo y colega, Manuel Santelices.
“Karen era muy inteligente – brillante –, perfeccionista, tenaz, valiente. Recuerdo su pasión por las cosas en las que creía, su permanente lucha por la participación de las mujeres –cuando aún no era mayor tema como ahora– en todos los ámbitos de la vida. Su inmenso compromiso con la excelencia, y sacar adelante proyectos y causas que parecían imposibles. Sabía perfectamente lo que quería y no descansaba hasta que lo lograba. Su gran solidaridad hacia tanta gente que ayudó en silencio. En su funeral, me impactó encontrarme con personas que no tenía idea que conocían a Karen, y me contaron que las había ayudado enormemente en tal o cual cosa. Bastaba ver la inmensa cantidad de personas que fueron a despedirla. Nunca había visto ese cementerio tan repleto, con personas anónimas y personalidades públicas. Su lealtad a toda prueba con sus amistades, y con la gente que quería. Una amiga inolvidable”, nos cuenta su amiga, Lydia Benderksy.
SU MIRADA SOBRE EL JUDAÍSMO
Aunque discrepaba en muchas áreas en relación al rol de la mujer en el judaísmo, fue una mujer muy creyente, espiritual y orgullosa de ser judía, recuerdan emocionados sus cercanos.
“El judaísmo ocupaba un lugar muy especial en su vida, pero siempre bajo una mirada y perspectiva muy singular, como en todas las cosas de ellas. Karen no veía el judaísmo como tradicionalmente lo miraban nuestros abuelos o alguno de nuestros padres; que el rol de la mujer sea más secundario, menos participativo en las actividades de los hombres; que las mujeres estuviesen en la cocina preparando la comida de Shabat o en las mismas festividades, en donde probablemente había mayor participación masculina.
Ella siempre luchó contra eso e hizo ver que la mujer debería ocupar un rol mucho más participativo e igualitario y no secundario en la religión.
Esto la llevó a tener muchas discusiones con diferentes personas, sobre todo en décadas pasadas. Tanto así, que luchó para que Anita su hija, cuando hizo el Bat Mitzvá, pudiera usar el talit, y leyera ella y otras mujeres, la Torá. La religión siempre ocupó un lugar importante, siempre le gustó celebrar las festividades en familia o de manera reservada con su hija. Le gustaba celebrar Jánuca, Pésaj y muchas otras, pero con una mayor participación desde el punto de vista de la mujer. Siempre fue muy creyente en Dios y en los últimos años aún más con todo el tema de su enfermedad”, asegura su hermano David.
“Celebraba junto a sus abuelos o en mi casa las distintas festividades judías y en los últimos años, se acercó mucho a distintos rabinos que le daban respuestas a sus inquietudes. Era tan curiosa que le gustaba escuchar distintos puntos de vista, así que se juntaba con un rabino Jasídico, “su amigo Moishe”, -como lo llamaba- y también, con rabinos conservadores como los del Círculo Israelita. Le gustaba mucho la espiritualidad de la religión. En los últimos Yom Kipur, al no poder asistir a la sinagoga, me pidió que la llamara justo para Nehilá y se emocionaba mucho cuando estaban tocando el Shofar. Para ella encender las velas de Janucá con Anita, o asistir a los Seder de Pésaj donde su Babi Lia, eran un “must”, recuerda Dalia.
En los últimos años se volvió más espiritual. Tenía largas conversaciones –y discusiones– con los rabinos. A Eduardo Waingortin lo fregaba por la poca participación de las mujeres y siempre quiso que esa cultura en cierto modo machista del judaísmo, fuera cambiando. Ella vivió muchos años en Nueva York, y en EE.UU. hay muchas rabinas mujeres. Le habría encantado verlas en Chile. Cuando eso suceda, estará sonriendo satisfecha desde allá arriba…”, expresa Lydia.
UNA AMIGA INCONDICIONAL
Algunos amigos muy cercanos la llamaban “Roty”. Todas sus amistades la recuerdan como una amiga honesta, leal y siempre con una manera de hacer reír al otro.
“Éramos como hermanas. Ella era parte de mi vida y yo de la de ella. Nos criamos juntas, aun cuando ella iba al Grange y yo al Instituto Hebreo, siempre estábamos unidas. Hicimos nuestro Bat Mitzvá juntas en el Círculo, fuimos al viaje de estudios, ella me invitaba a su campo y nos gustaba cabalgar. Cada vez que teníamos la oportunidad yo la invitaba al sur o a la playa y cuando se mudó a NY, la visité muchas veces. Era muy buena amiga. Leal, divertida, una mujer muy inteligente, inquieta, intensa, demandante y muy sensible a la vez. Estaba muy al tanto y participó activamente en algunos sucesos que nos tocó vivir durante la época de la dictadura y la vuelta a la democracia. A escondidas de nuestros padres, íbamos a las protestas en el centro y más de una vez salimos corriendo sin medir el peligro y prometiendo no revelar “nuestras andanzas”.
Sigue recordando que Karen siempre estaba al tanto de todos los sucesos que estaban ocurriendo en Chile en el mundo. Era una lectora voraz de libros y periódicos, por lo que le pedía en broma y en serio, que me “haga un resumen” de los sucesos que estaban ocurriendo y desde chica se tomó esta labor de periodista y analista política de manera profesional, así que yo la escuchaba con mucho respeto y atención. Al lado de esta veta intelectual, tenía un aspecto muy lúdico y glamoroso y le encantaba la moda, las historias de los “famosillos” -como los llamaba- y tenía una obsesión con los zapatos, así que era muy entretenido estar con ella. Éramos distintas en muchos aspectos, pero nos complementábamos y siempre supimos respetar nuestras diferencias. Aún cuando por períodos discutíamos, y nos peleamos más de una vez, siempre supimos luego reconciliarnos y seguir siendo amigas” asegura Dalia.
“Podría llenar un libro con anécdotas y características de la Karen que la hacían única. Era terca como mula; no había quién la convenciera de algo distinto a lo que ella pensaba o creía. Era brillantemente intelectual y profunda por un lado, y por otro, una gran “online shopper”, con algunas obsesiones como los zapatos. Los que le encantaban y los que odiaba –como el modelo D’Orsay, ese con una argolla en el tobillo-. Insistía en que yo me tenía que comprar sus últimos hallazgos, o como decía ella, los “basics” como el banana holder y el lasagna cutter que me mandó de regalo. Tenía un sentido del humor increíble. Cuando se internaba para las quimios, a la clínica la llamaba “el spa”: “Ya llegué al spa”, me decía, “ven cuando quieras”. Nos mandábamos idioteces por Snapchat. Se reía de mí porque decía “Peugeot” y “Luis Pasteur” con pronunciación francesa. Nos contábamos “gossips” de la más diversa índole. Me llamaba entre risas para preguntarme, por ejemplo, si yo decía “prender la luz” o “encender la luz”, disquisiciones que ya había comentado largamente con su amigo del alma, Manuel Santelices, que era el que más la hacía reír.
Fue una amiga única, entrañable, querida… y me hace mucha falta. Todavía no caigo en cuenta que ya no está”, nos comenta Lydia.
“Nos conocimos en la revista Cosas a mediados de los años ‘80. Yo trabajaba ahí hace un par de años y ella llegó a hacer la práctica y nuestra amistad fue inmediata. Fue una amistad de apoyo, cariño, de sentido del humor; yo me reía mucho con Karen. Karen tenía una originalidad impresionante, una creatividad para mirar las cosas. Tengo muchos recuerdos, pero principalmente en los años ‘90 en Nueva York cuando Karen trabajaba en la televisión mexicana y yo estaba iniciando mi vida allá. Todos los domingos íbamos a cenar al frente de su departamento y ella pedía siempre lo mismo: papas fritas con huevo frito ¡le encantaba! -recuerda entre risas-. Veíamos televisión juntos, salíamos a caminar y nos reíamos muchísimo. Mis mejores recuerdos son cuando nos reíamos juntos; siempre teníamos una conversación constante y siempre con mucha risa. Incluso cuando ella estaba muy enferma, nos reíamos mucho y hablábamos de otras cosas”, nos confiesa Manuel.
SUEÑOS Y TRISTEZAS
“Karen tuvo muchos sueños y también tristezas dependiendo de distintas épocas. Un gran anhelo de ella era terminar la universidad en Chile e irse a estudiar a EEUU para tener una carrera profesional destacada y lo logró. Luego su sueño era tener una hija y también lo logró, y ahora último soñaba con estar sana.
Luchó por mejorarse hasta el final, y soñaba con poder construirse una cabaña en Chiloé para ir con su hija Anita en el verano.
De tristezas, su mayor fue el haberse enfermado teniendo su hija tan solo cinco años, pero luchó hasta el último momento para lograr su sueño, que era verla hacer su Bat Mitzvá el año pasado. También tuvo tristezas en el ámbito romántico. Era una enamorada del amor”, recuerda Dalia.
“Su mayor legado es su hija, pero adicionalmente, que Anita sepa siempre no solo quién fue su madre en lo profesional y familiar, sino que de dónde viene su familia.
Karen en los últimos años se preocupó mucho de preparar información sobre ellos, recopilando fotografías, historias de sus antepasados para que su hija el día de mañana sepa quiénes fueron, de dónde vinieron, quiénes eran, cómo y en qué condiciones llegaron a Chile, y qué hicieron a lo largo de sus vidas. Se preocupó mucho de juntar esta información, recopilar las imágenes y de preparar estos álbumes para que su hija pudiese saber toda la historia familiar. En paralelo la misma historia de Karen. Ana se va a enterar también de cuál fue el legado de su madre en términos de lo que hizo para el país, sobre todo en la igualdad de la mujer en el ámbito laboral y profesional, tanto en el mundo privado como público”, asegura David.
“Karen debe ser recordada como una increíble profesional, como una mujer íntegra, franca y muy honesta. Una mujer que exigía, pero daba muchísimo. Un ejemplo para tantas mujeres, a las que les abrió tantos caminos”, asegura Manuel.