Se acerca Jánuca: comenzamos a preparar nuestras janukiot, se nos abre el apetito para comer sufganiot y otras delicias fritas. Todo gira en torno al aceite y al milagro que hizo que éste durara por siete días, cuando sólo alcanzaba para uno. Pero, ¿por qué necesitábamos de ese milagro? ¿qué nos llevó a esa situación?
En el año 167 AEC, la Tierra de Israel estaba bajo dominio del imperio griego seléucida, y el rey Antioco IV Epífanes emitió un decreto que prohibía la práctica judía, profanó el Templo y lo consagró a un dios griego, práctica que era habitual en las conquistas griegas. No pocos judíos habían abrazado la cultura helénica buscando asimilarse a ella a fin de ser aceptados como iguales por los conquistadores. Algunos llegaron al extremo de intentar revertir sus circuncisiones para no ser distinguidos de sus congéneres griegos al momento de realizar ejercicios gimnásticos y competir en los juegos deportivos, los cuales eran practicados al desnudo.
Esta dilución cultural pudo llevar a nuestro pueblo a la pérdida de su identidad propia, la mezcla con la civilización griega y, finalmente, su desaparición. Sin embargo, un grupo de judíos piadosos y orgullosos, Matitiahu ben Yojanan y sus cinco hijos, conocidos como “macabeos”, iniciaron una revuelta que, poco a poco, fue convocando a más y más judíos, encendiendo la chispa de la revolución. Oponiéndose en primer lugar a los judíos helenizados y más adelante luchando contra los ejércitos seléucidas, a los que derrotaron en una guerra de guerrillas, los macabeos recuperaron Jerusalem, consagraron nuevamente el Templo y finalmente recobraron la soberanía judía en la Tierra de Israel.
Sin duda podemos dibujar un paralelo entre la historia de la revuelta de los macabeos y nuestra historia más reciente.
Durante los siglos posteriores a la rebelión macabea, los judíos hemos sido constantemente amenazados con la asimilación. Sin embargo, incluso en los periodos más oscuros de nuestra historia, hemos demostrado resiliencia y voluntad de mantener nuestros valores y tradiciones. El zevivon, sin ir más lejos, es una prueba de ello: el juego original en la Alemania medieval llevaba en sus cuatro caras las letras N, G, H y S que correspondían respectivamente a Nichts, Ganz, Halb y Stell ein, es decir Nada, Todo, Mitad y Apuesta. Sin embargo, para poder continuar con la enseñanza de la Tora, prohibida en esa época, los jóvenes judíos tallaron en los trompos las letras hebreas Nun, Guimel, Hei y Shin, lo que les permitía estudiar aparentando que simplemente jugaban. Pronto, las letras comenzaron a interpretarse como Nes Gadol Haiá Sham, “allí sucedió un gran milagro”, aludiendo a Janucá.
La lucha contra la asimilación que representa Janucá también se ve en la tradición de encender la janukia cerca de ventanas, para que todos quienes pasan frente a nuestros hogares sepan del orgullo que representa para nosotros afirmar nuestras creencias. Famosa es la foto de una desafiante janukia encendida frente a un cuartel nazi en el poblado alemán de Kiel en 1931 que parece decir “estoy aquí, soy judío”.
La historia de Janucá, simbolizada en el milagro del aceite, nos invita a mantener viva y ardiendo la llama de nuestro judaísmo.
A mantenernos unidos como pueblo. A practicar y vivir con orgullo nuestras fiestas y tradiciones en los lugares en los que vivimos, sin buscar equipararnos a aquello que nos rodea porque es más fácil o más cómodo.
Por ello, como Consejo Chileno Israelí, hacemos una invitación a toda la comunidad de Chile a celebrar Jánuca con orgullo, en nuestras casas, sinagogas, plazas y calles, y demostrar que la llama del judaísmo arde en cada uno de nosotros.