En 1936, se establece en Chile la Orden B’nai B’rith. En el marco del aniversario 85 de la fundación de la Logia Pacífico, primera logia en nuestro país, hemos querido compartir la historia de nuestros orígenes, los cuales, sin duda, muchos en nuestra comunidad compartimos. Basado en lo escrito por Yael Benadava en el libro “Hijos del Pacto”, publicado en 2010.
Europa parecía el hogar perfecto para miles de hogares judíos. La Asamblea Nacional de Francia los había emancipado en septiembre de 1791, eliminando toda discriminación legal e igualando sus derechos ciudadanos, a cambio de un juramento de lealtad. Como una virtuosa cadena, el movimiento se replicó en Grecia (1830), Gran Bretaña (1858), Italia (1870), Alemania (1871) y Noruega (1891). Sin embargo, aunque la igualdad civil estaba garantizada por ley, el asedio a los judíos europeos continuaría solapadamente enquistado.
Cuando los nazis llegaron al poder en Alemania en 1933, los judíos vivían en todos los países del Viejo Continente, siendo aproximadamente unos nueve millones de personas.
Se concentraban en Europa Oriental, principalmente Polonia, Unión Soviética, Hungría y Rumania. Muchos de ellos, vivían en ciudades o pueblos de mayoría judía, conocidos como shtetels. Separados como una minoría dentro de una cultura mayoritaria. Hablaban su propio idioma, yiddish, que combinaba elementos del alemán y el hebreo. Los hombres usaban sombreros y gorras; las mujeres solían cubrir el cabello con pelucas o pañuelos.
También estaban los judíos de Europa Occidental -Alemania, Francia, Italia, Holanda y Bélgica-. Eran muchos menos en relación a sus pares del otro lado de Europa. Un porcentaje pequeño que adoptaba la cultura de sus vecinos no judíos, sin complejos. Vestían y hablaban como sus compatriotas. Las prácticas religiosas tradicionales y el yiddish desempeñaban un papel menos importante en sus vidas. Solían tener más educación formal que los judíos de Europa Oriental y vivían en municipios o ciudades.
En Alemania sumaban unas 500 mil personas, representando una porción cercana al 1% del total de la población al año 1933.
La bandera de la República de Weimar flameaba orgullosa en sus hogares.
Años en que B’nai B’rith gozaba de gran prestigio, lucía poderosa e influyente. Tiempos en que sus ideales aún tenían espacio en estas tierras. Sólo en Alemania sumaban 14 mil miembros. Así, era difícil imaginar que, en sus países, se estaba incubando un potente sentimiento antisemita.
Las leyes de Nuremberg del 15 de septiembre de 1935, convirtieron a los judíos en ciudadanos de segunda clase, revocando la mayoría de sus derechos.
Se les prohibió casarse o tener relaciones sexuales con personas de “sangre alemana o afín”. La “infamia racial”, como se le dio a conocer, se convirtió en un delito penal.
El antisemitismo cundía en Europa, pero fueron millones los judíos que aún en este contexto, siguieron creyendo en la cordura humana. Leales compatriotas y honestos trabajadores. Incansables luchadores por el éxito nacional. Confiaban en la patria elegida por sus antepasados. Pero el destino perfecto terminaría convirtiéndose en el más despiadado y sangriento que recuerde la Historia Contemporánea.
Sólo unos pocos se adelantaron a las consecuencias del nazismo durante la Segunda Guerra Mundial.
Un grupo de judío eligió a Chile como su nueva Patria. Todos, refugiados de las persecuciones nazis.
Entre ellos, un grupo de Hermanos de B’nai B’rith abandonaron sus bienes materiales, cargaron en sus maletas acaso el más suculento botín, el que ningún infame decreto pudo arrebatarles: Sus profundos conocimientos, altos valores morales y grandes ideales.
Ya en Chile, muchos de ellos sintieron la necesidad de revivir la vida bnaibriteana en la nueva patria. Tal como lo quiso Jones y sus amigos del café Sinsheimer en 1843 al fundar B’nai B’rith en Nueva York, los recientes inmigrantes estaban decididos a unir a los judíos de cualquier corriente. Inmigrantes sefaradíes y de Europa Central entusiasmaron a miembros de la comunidad ashkenazí, ya radicados en nuestro país.
Instalación de la Logia Pacífico
Eligiendo sus mejores trajes, vistiendo terno y corbata para la ocasión; el 20 de octubre de 1936, enfilaron con firme propósito hacia las dependencias de la Comunidad Israelita Sefaradí de Santiago, en la calle Santa Isabel N° 356. El presidente de la Logia “Hijos de la Biblia” de Buenos Aires fue entonces el oficial instalador de la Filial Pacífico, siendo elegido este nombre en honor al “mar que tranquilo te baña”. La autoridad bnaibriteana trasandina, les entregó el charter -carta constitutiva- N° 1235, firmado en Washington por el presidente Mundial, Alfred Cohen.
La fotografía en los años treinta era un lujo, pero los Fundadores sabían que el nacimiento de la Orden en Chile lo merecía.
El surgimiento de la institución en nuestro país estaba lejos de constituir una simple anécdota. Era el preciso punto desde donde comenzaría la historia de B’nai B’rith Chile.
En el fondo, la fotografía unía decenas de historias personales y familiares de sus precursores. Se trataba de “abnegados fundadores, inmigrantes ashkenazim de Europa Central Oriental y sefaradim de la cuenca del Mediterráneo, quienes, a pesar de la dura tarea de forjarse una existencia en su nueva patria, sintieron la necesidad moral de establecer la Hermandad en Chile, para trasplantar a este último rincón del mundo los ideales que a todos nosotros todavía nos animan”, escribió hace unos años, el Q.H. Luis Simonsohn.
Eran pocos, pero de una innegable calidad humana. Académicos, con sólidos y variados conocimientos, junto a una amplia visión filosófica.
Pendientes de la situación en sus países de origen, pero siempre decididos y esperanzados con las posibilidades que les brindaría Chile y su nueva vida.
Asociación de Amigos de B’nai B’rith
La Logia Pacífico seguía el modelo de las Filiales europeas. Su prestigio se sintió muy pronto dentro de la Comunidad y fuera de nuestras fronteras. Debido a la migración judía provocada por el nazismo, muchos de ellos habían sido miembros de B’nai B’rith hasta la disolución forzosa de la Orden en sus países de origen. Quienes llegaron a Chile, desearon rápidamente incorporarse a sus filas. Existe el rumor de que los Hermanos chilenos temían que el ingreso masivo de miembros de habla alemán pudiera modificar el método de trabajo de la Filial Pacífico, por lo que, establecieron estrictos requisitos para el ingreso de nuevos Hermanos.
Tanto era el interés por participar en la Institución, que el grupo que no pudo ingresar formó una Logia al margen de la Filial fundadora, la llamada Asociación de Amigos de B’nai B’rith, instancia que logró llegar a alcanzar los más de cien miembros.
La influencia nazi también asoló las tierras chilenas, por lo que, durante un tiempo la Pacífico entró en receso. Cuando disminuyó el sentimiento antijudío y, después de algunas negociaciones, la primera Filial chilena admitió a la casi totalidad de la Asociación de Amigos de B’nai B’rith. Pero aquí se desataría una nueva encrucijada.
El idioma de la discordia
Los fundadores de la Orden en Chile utilizaban el castellano para comunicarse entre sí, pero las personas que llegaban en su mediana de edad, tenían un dominio del español muchas veces precario. Los Hermanos de habla española sintieron entonces incomodidad, ante la creciente mayoría de habla alemana. La automarginación de quienes defendían el idioma nacional fue haciéndose cada vez más evidente. Así, la Filial Pacífico mutó en una Logia de habla alemana. Los pocos integrantes que manejaban el castellano quedaron como miembros inactivos. Se impuso el alemán y como consecuencia, B’nai B’rith en Chile limitaría su crecimiento.
Los integrantes confiaron que sus hijos asegurarían la continuidad de la Filial. Pero nunca previeron que las futuras generaciones se integrarían activamente en la sociedad chilena. Según remarca el Q.H. Luis Simonsohn: “Los hijos que ellos traían muchas veces desde asilos en Alemania, empezaron a asistir al colegio en Chile. Era difícil que se sintieran cómodos en una Organización dedicada a tocar temas de un nivel más o menos elevado, en un idioma que para ellos era extraño. Los Hermanos de ese entonces, se cerraron el camino al futuro. No motivaron a generaciones jóvenes a ingresar”.
Avanzadas las décadas, la mayoría continuó negándose al cambio idiomático. Algunos Hermanos, como Gil Sinay, nunca volvieron. Y otros, como el propio fundador León Couriel, reingresarían más tarde, pero a una nueva Filial, la Negba. La crisis idiomática no limitó en mediano plazo el crecimiento de la institución, llegando a establecerse incluso fuera de los límites metropolitanos.
Los judíos en Concepción también se unieron a los ideales de la Orden y fundaron la Logia Ajdut. En tanto, la de Valparaíso, se convirtió en la primera de las nuevas Logias de habla castellana.
En octubre de 1946, los Hermanos que hablaban español se reincorporaron a la institución como miembros activos, al amparo de la naciente Filial Negba. La historia sería injusta si no se reconociera un hecho tan generoso como revelador: “Para la preparación de los Hermanos que formarían la Negba, la Pacífico se comprometió a hablar castellano durante todo un año, época durante la cual asumió la presidencia Isidoro Arensburg (ZL), el que sólo pudo asumir como presidente de la nueva Logia, una vez terminado su mandato en la Pacífico”, recordando el ex presidente de la institución, Luis Simonsohn.
El castellano se impuso finalmente como el idioma que todos hablaron, o al menos debieron esforzarse en hablar, recién a fines de los años setenta.