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Nicole Krauss: un ejemplo de fortaleza y entrega incondicional

Por Daphne Dionizis

La maternidad sin lugar a dudas es una de las alegrías más grandes de la vida, sin embargo, nadie dijo que sería una experiencia fácil. ¿Se imaginan asumirla al mismo tiempo multiplicada por tres?

Esta es la historia de Nicole Krauss, mujer chilena de 33 años y ex madrijá de Maccabi, a quien luego de varios años de desilusión, al no quedar embarazada, la vida sorprendió a lo grande.

Ella y su marido, Jonathan Manopla, fueron bendecidos por Di-s, con el milagro de procrear trillizas sanas de manera natural y totalmente inesperada.

La noticia era solo el principio de un largo camino lleno de desafíos. El resultado positivo a una enfermedad llamada Trombofilia (la cual genera pérdidas fetales), el vivir en Panamá lejos de su familia y red de apoyo, junto con todos los riesgos que conlleva un embarazo múltiple, fueron razones suficientes para que su ginecólogo se viera en la obligación profesional de ofrecerles la alternativa de aborto de uno o dos de los fetos. Pero Nicole y Jonathan decidieron seguir su triple camino de amor y felicidad con la esperanza y de que este milagro estaba destinado a concretarse.

La ecografía reveladora

“Fuimos a la ecografía a conocer a nuestra guagua. Cuando el doctor comienza a mover el ecógrafo, nos dice “¡uhhh, son dos!”. En ese momento Jonathan me aprieta la mano y yo no sé explicar lo que sentí. El doctor da vuelta el monitor para poder terminar de examinar a la segunda guagua, y nos dice: “¡no son dos, son tres!”. Me acuerdo que pasaron 10 segundos, que para mí fue como un año de silencio. El doctor, la enfermera, el Jonathan y yo, mirábamos en shock la pantalla con los tres puntitos que se veían juntos en una sola foto.

Yo solo pensé ¡tengo tres vidas dentro mío!”, nos cuenta Nicole.

“Cuando terminó esa primera consulta, con Jonathan teníamos una sonrisa que nunca voy a olvidar. Es extraño, porque mucha gente me pregunta si lloramos o si nos asustamos y la verdad es que no.

Nos subimos al auto y le grabamos un video a nuestros tres hijos(as) diciéndoles que nos acabábamos de enterar que eran tres y que estábamos demasiado felices, que los íbamos a amar y cuidar toda la vida. La verdad es que en ningún momento dudé de nuestra fuerza para enfrentar lo que se venía. Una de las razones por las que elegí a Jonathan como mi marido es por su fuerza, y entre los dos hacemos un equipo de hierro”, dice Nicole.

¿Cómo fue la experiencia del embarazo?

Yo era una embarazada rebelde para la mayoría de los ginecólogos. Pero seguí al pie de la letra lo que me dijo el doctor que elegí como mi ginecólogo, quien era especialista en embarazos de alto riesgo. Él me dijo: “yo quiero que seas feliz”. “Pero doctor, qué significa eso. ¿No me va a decir qué puedo comer o cuántas horas debo estar en reposo, o qué actividades puedo realizar?…” le pregunté. “No, mi única exigencia es que seas todo lo feliz que puedes ser. Obviamente que uses tu criterio, pero quiero que disfrutes tu embarazo”, me dijo.

La verdad, creo que este consejo fue la clave del éxito de mi embarazo y lo que me ayudó a lograr llegar hasta la semana 36. Uso la palabra lograr porque de verdad las últimas semanas fueron durísimas. Creo que fui la antítesis de una embarazada de trillizas tradicional que normalmente se va a reposo en la semana 24. Yo hasta la semana 34 me bañaba en la piscina, comía lo que quería, salía a comprar cosas para las “trillis”, iba al supermercado (aunque fuera en esos carritos electrónicos), ¡la verdad mirando hacía atrás fui una embarazada triple bastante osada!”, recuerda Nicole.

¿Sentiste miedo de lo que podría ser el parto?

– En los únicos momentos de mi embarazo que tuve miedo fue en los ultrasonidos estructurales.

Pero en el embarazo en sí, nunca tuve miedo. De hecho, en la foto que me saqué antes de entrar a mi cesárea, sonreía y le preguntaba al Jonathan ¡¿por qué no estoy llorando?! No tenía miedo, y había tantos motivos por los que tenerlo.

El parto no fue nada al lado de las 3 semanas previas al él, y la fuerza que tuve que tener esos días. El doctor me explicó que cada día que mis hijas estuvieran dentro de mi guata equivalían a tres días menos de incubadora, una vez que ellas nacieran. Esas tres semanas saqué fuerzas hasta de donde no tenía. Mis manos y mis pies eran 4 veces su tamaño normal, mis encías estaban tan hinchadas que sangraban cada vez que yo hablaba, el tamaño de mi guata no me permitía estar cómoda ni parada, ni sentada, ni muchísimo menos acostada. Me acuerdo que llegaban las 7 de la noche y yo me angustiaba porque todos se iban a dormir y yo no lo iba a lograr. El apoyo de Jonathan, y mi familia fueron clave esos días para llegar hasta donde llegué.

En cuanto al miedo, creo que gran parte de haber llegado a la semana 36 fue porque yo decidí no leer nada negativo. Me apegué un poco al dicho “el que nada sabe nada teme”. Porque libros sobre diabetes gestacional, preclamsia, defectos fetales, contracciones tempranas, etc. ¡Hay millones! Pero yo preferí leer sobre cosas positivas, ver ideas para la pieza de mis trillizas o simplemente soñar despierta con ellas.

En mi cesárea había 15 personas, entre enfermeras, anestesistas, pediatras, ginecólogos y todo el equipo médico. Mi doctor, me dijo que pasó varias noches estudiando mi cesárea y que nunca se imaginó que iba a salir todo así de fácil y bien. Desde que nació Sigal, mi primera hija, hasta Galit la última, solo pasaron 4 minutos.

Después de que nacieron las tres, todos en el pabellón comenzaron a reír…

Era esa risa que da luego de un momento de mucha presión.

Tuviste un episodio crítico en tu post parto ¿nos cuentas en qué consistió?

– Todavía cuando lo pienso, se me hace un nudo en la garganta. Fue mi primera lección como mamá y la guardo como un tesoro y la uso todo el tiempo. Como yo tuve depresión varias veces en mi adolescencia, todos daban por hecho que iba a tener depresión post paro, por lo que en cuanto me empecé a sentir mal, fue una profecía cumplida.

Cuando mis hijas nacieron, fueron trasladadas enseguida a las incubadoras, y nosotros con Jonathan teníamos derecho a verlas dos veces al día. Yo me sentía tan mal, que a pesar de que quería ir a verlas casi no lo conseguía. Me daba tanta vergüenza con mi familia, como era posible que no fuera a ver las dos veces al día a mis hijas recién nacidas.

Mi ginecólogo sin examinarme me diagnosticó depresión post parto y me derivó a una psiquiatra.

Todo empezó a empeorar. Cuando llegaba a la sala del hospital me tenía que arrastrar en una silla de una incubadora a otra las cuales estaban a menos de 1 metro de distancia.

Me sentía la peor mamá del mundo, porque no me atrevía a cargar a mis hijas, estaba tan frágil que sentía que se me podían caer. Yo veía que el Jonathan las cargaba y pensaba para mí misma “wow tiene más instinto maternal que yo, porque yo no puedo cargarlas”. En ese momento, yo no sabía lo que tenía, solo pensaba que era mala mamá. Fui al doctor para que me revisara, pero aún estando en su consulta, el me convenció que no era necesario revisarme y que para el esto era 100% un caso de depresión post parto, porque “había caído en cuenta que era mamá de trillizas”.

Luego de 10 días en incubadora, finalmente llegaron mis hijas a la casa. Yo ni siquiera me atrevía a cambiarles el pañal. Cuando ellas tenían 12 días, fuimos a su primera cita con el pediatra. Estando en la consulta de repente siento algo extraño entre mis piernas, cuando voy caminando al baño, me levanto el vestido y veo muchas bolas de sangre (coágulos) rodando por mis piernas, algunos tenían el tamaño de una ciruela. El pediatra llamó a mi ginecólogo y le dijo ¡por favor toma a tu paciente en serio, se está desangrando!

Me llevaron de urgencia a la clínica y ahí, entre exámenes, se dieron cuenta que, al nacer mis hijas, el cuello de mi útero quedó doblado y se empezó a acumular sangre. Tenía mas de dos litros acumulados en el útero y la hemoglobina en 7. Tuvieron que hacerme un raspaje y transfusión de sangre. Todo el miedo que no tuve en el embarazo ni en el parto, lo tuve ese día. Pensaba, cómo puede ser que haya llegado hasta acá, le haya dado la vida a mis trillizas sanas, y ahora no voy a vivir para disfrutarlo. Había una parte de mi que tenía muchísimas dudas de si iba a salir de esto, y la verdad es que, si mi cuerpo no hubiese hablado, y los coágulos no hubiesen salido, probablemente no estaría aquí para contar esta historia.

Primera lección (aprendida con mucho dolor) confía en tu instinto.

¿Recibiste apoyo de alguna institución o del gobierno?

– Fue sorprendente el apoyo que recibí de la comunidad acá en Panamá. Desde que la gente supo que serían tres niñitas, comenzó a llegar la ayuda. La comunidad judía en Panamá es única y la verdad es difícil describirla con palabras. Pero es como una gran familia que siempre te demuestra que no estas sola. Hay un sentido de apoyo y de hermandad que sentí en todo el proceso y que incluso sigo sintiendo hoy. Había días que el conserje me decía “sra. Nicole, le voy a subir unas bolsas que le dejaron” y cuando subía eran bolsas llenas de ropa, juguetes, accesorios y todo en perfectas condiciones y regalado de manera anónima. Y esa es solo la parte material, porque el apoyo emocional es aún más lindo, se que hicieron muchas cadenas de rezos por mi y para que mis hijas nacieran sanas, de verdad que no hay una comunidad en el mundo como esta.

Y desde Chile fue igual de lindo, mi familia y amigos fueron un gran apoyo. El impacto económico que significa tener trillizas es muy grande, pero nadie se quedo atrás y con la ayuda de todo ellos logramos cubrir económicamente el primer año con tranquilidad.

Un fiel reflejo del poder femenino

“Estos seis meses de cuarentena han sido más difíciles que todo el embarazo y parto de mis trillizas. Lejos ha sido lo más difícil que he pasado en mi vida”, asegura Nicole.

Tras esta pandemia, una gran cantidad de personas quedó sin trabajo. Y esto no fue la excepción para la familia de Nicole, ya que a su marido le suspendieron el contrato debido a que el lugar donde trabaja esta cerrado. “Actualmente trabajo en una escuela donde tengo dos puestos, como Encargada de Comunicaciones y Admisiones y como Secretaria de Parvulario, pero debido a que me redujeron mi salario a la mitad, comencé junto a una amiga una empresa (Rapipet) de venta de alimento Premium para perros y así pronto poder tener un ingreso extra”.

“Tenía dos opciones en la cuarentena: echarme a morir y llorar, o reinventarme y salir adelante. Aprendí Illustrator sola, diseñé toda la gráfica para la página web que maneja Jonathan y comencé las RRSS”.

¿Cómo fue reinventarse laboralmente en plena cuarentena siendo mamá de trillizas?

– El primer mes, le decía todas las noches al Jonathan que teníamos que hacer algo. ¡Pero no sabíamos qué! Me acostaba angustiada y le decía ¡no podemos quedarnos mirando el techo porque tenemos que sacar a tres hijas adelante! Por lo que la oportunidad de empezar Rapipet llegó en el momento perfecto.

Durante todo este tiempo mi rutina ha sido trabajar en Rapipet toda la mañana hasta las 2 de la tarde, luego estar con mis hijas y a las 7 de la noche me pongo a trabajar en mis dos labores de la escuela. Últimamente me quedo hasta muy tarde diseñando para mi empresa, le he puesto muchísimo empeño, porque siempre ha sido mi sueño tener mi negocio propio.

Es mi sueño ser una mamá que pueda pasar la tarde con sus hijas y no tener que rendirle cuentas a nadie.

Mi sueño no es ser millonaria, sino que yo pueda decidir cuando pasar tiempo con mis hijas.

¿Cómo es la rutina de un día normal de Nicole Krauss?

– En las mañanas me ducho en menos de cinco minutos y generalmente, tomo desayuno mientras me estoy terminando de vestir. Me voy sin que mis hijas me vean porque me duele el corazón que se queden llorando. Regreso a la hora de almuerzo y como con las niñas abrazándome o arriba mío porque están felices de verme, incluso a veces las frescas se terminan comiendo mi almuerzo. Mi tarde la dedico completamente a ellas y cuando se van a dormir, ahí recién puedo dedicarme al marido, trabajo, casa y a mi misma.

“Siempre estoy apurada y sé que lo debo corregir, porque al final no logro disfrutar lo que hago, pero, por otro lado, es lo que siento que me ha ayudado a sobrevivir a tener trillizas. Es demasiado exigente y demanda mucha energía, capacidad de autocontrol, paciencia, amor y comprensión”.

Siempre le digo a la gente, que se imaginen cuando su único hijo les pide leer un libro. Y al terminarlo, quiere otra vez, y otra vez… al final terminas leyéndolo cinco veces. ¡En mi caso son 15 veces y probablemente cada una quiere un libro diferente!

¿Qué es lo que más has aprendido en estos dos años con tus hijas?

– Creo que mi aprendizaje ha sido que la fuerza no tiene límites. O sea, nunca pensé que yo hubiese sido capaz de pasar lo que pasé este último tiempo en la cuarentena. Ojalá que Di-s nunca te ponga en una situación en donde te muestre hasta donde tú puedes llegar, porque uno no sabe la fuerza que realmente tiene, hasta que te ponen a prueba.

En este tiempo, fui mamá de trillizas (encerradas), fui esposa, trabajé en tres labores diferentes, empecé una nueva empresa, mantuve la casa, aprendí a diseñar y a manejar redes sociales. Miro para atrás y me pregunto ¿cómo lo hice? Creo que la respuesta es porque el ser humano no sabe la fuerza que tiene hasta que lo ponen a prueba, y en verdad hasta yo estoy sorprendida de haber sobrevivido a la cuarentena.

¿Cómo ha repercutido ser mamá de trillizas en la vida familiar?

– Cuando nacieron las trillizas yo me propuse hacer todo lo que estuviera en mis manos para que mi familia estuviera cerca de mis hijas. Y creo que ha sido un objetivo logrado. Todos los días llamo a alguien de mi familia para que mis hijas integren esas llamadas como parte de su rutina y aun cuando no puedan ver a sus familiares físicamente, esto no sea un impedimento para ir formando relaciones.

Lo otro que hice es que imprimí fotos de todos los integrantes de mi familia y se las muestro a diario, para que cuando las llamen por teléfono ellas sepan reconocerlos.

En cuanto a la familia de Jonathan, que es la única familia que ellas tienen en Panamá, es muy enriquecedor ver como se van formando lazos con sus tíos y el abuelo, se que Shirley (ZL) habría sido una abuela espectacular.

¿Y en la vida de pareja?

– La complicidad que te da estar sacando este “proyecto” adelante, es muy potente. Es como que uno está empujando una roca gigante todos los días, y cuando llegas a la cima miras a la persona con que subiste esa roca, la abrazas y te dices “esto lo hicimos juntos”. Y eso es lo que pasa cuando se tiene trillizas; cada día es un “lo logramos”. A veces, cuando nos quedábamos solos con las niñas sin ayuda, y terminábamos el día, con el Jonathan celebrábamos literalmente abrazados saltando y cantando. Los días en que estamos sin algún tipo de ayuda, todo se vuelve más complicado, pero la complicidad de pareja, verlas a ellas sanas y saber que lo estamos haciendo bien y con amor, es todo lo que nosotros como pareja necesitamos.

Obviamente hay días en que hay peleas, que uno de los dos quiere salir corriendo, o días en los que nos abrazamos y riéndonos decimos “¡en qué nos metimos!”, pero yo creo que al final del día, los dos nos enamoramos mucho de la idea de que Di-s nos eligió a nosotros juntos para ser los papás de nuestras trillizas.

¿Crees en el instinto femenino?

– Sí, creo 100% en el instintivo femenino y en el maternal. Pero hay algo que a mí me sorprendió mucho como mamá. Para mi está claro que por el hecho de que las guaguas se forman en el útero, hay una conexión que va más allá de la sangre. Pero con Jonathan aprendí que muchas veces las mamás menospreciamos la habilidad de los papás.

A veces nuestra exigencia como mamás es tan alta, que ni siquiera dejamos que los papás lo intenten, e incluso a veces, lo hacen mejor que uno.

¿Cuál sería tu mejor consejo para una buena maternidad?

– Es muy cliché, pero es muy real: “mamás felices, hijos felices”. Yo no lo aplico al 100%, de hecho, estoy con mi psicólogo trabajando en eso, porque a uno se le olvida cuidarse, quererse y regar la plantita de uno misma. Si uno no está bien consigo misma, uno no puede ser una buena mamá, es imposible, es como matemática absoluta.

Por otro lado, los hijos por más que nos vean sonreír, ellos sienten todo. Ellos son capaces de ver más allá de la sonrisa de la mamá. Son muy perceptivos, como esponjitas que absorben todo. Creo que es muy importante tener un balance y encontrar un poco de espacio para uno mismo, y hacer algo que te haga feliz. Se que cualquiera que me conoce y me está leyendo debe estar pensando “predica pero no practica” y la verdad creo que lejos lo que más me ha costado lograr en mi maternidad es el autocuidado, el no siempre ser mi última prioridad.

¿Qué consejo le darías a las mujeres?

– Si yo pudiera pedir un deseo para mis hijas, sería que no me necesiten. Que tengan su autoestima consolidada y que no necesiten ni mi aprobación ni la de los demás para tomar buenas decisiones. Así serán mujeres íntegras y tendrán sus valores claros.

Y se que no estoy respondiendo precisamente tu pregunta, pero es que creo que las mujeres necesitamos creernos el cuento sin validaciones externas. A mi me pasó cuando quedé embarazada y sobre todo cuando las sentí patear por primera vez, que me sentí una súper heroína solo por el hecho de poder crear vida, y es que ¡en verdad es como un súper poder! Las mujeres tenemos que darnos cuenta de lo que somos capaces, sin necesitar que nadie nos aplauda.

Trabajar en la autoestima es tan importante, el hecho de saber quién eres, qué quieres y lo que mereces.

¿Y a las futuras mamás?

– “Nada es para siempre”.

Este consejo lo aprendí alrededor del año de las “trillis” y desde ahí lo he usado en toda mi maternidad: Me explico: una como mamá tiene miedo de demasiadas cosas, pero la vida de una guagua tiene etapas y cada una de ellas tiene un fin. Yo muchas veces tuve miedo porque pensaba que lo que yo estaba viviendo iba a ser para siempre; tu guagua no va a dormir mal para siempre, ni va a comer mal para siempre, ni va a usar chupete o chuparse el dedo para siempre.

Cuando uno está en medio de un problema, siente que no se va a terminar nunca, sobre todo cuando uno está cansado o cuando es un tema que afecta la salud.

Pero yo siempre le pregunto a mis amigas que están pasando por algún problema de este tipo:

“has visto algún niño de 10 años con chupete, o uno de 15 que duerma con los papás, o uno de 12 que se siga chupando el dedo”. El “nada es para siempre” me ayuda mucho cuando estoy pasando una etapa difícil, por ejemplo, si una de las niñas se esta despertando muy temprano en la madrugada o cuando una de ellas esta comiendo mal, o está estreñida.

Y acá me podrías decir ¨Nicole, pero el nada es para siempre no aplica cuando un niño tiene una enfermedad que sí es para siempre¨ y en parte tendrías razón. Pero la forma en la que tú como madre afrontas esa enfermedad el primer día probablemente será muy diferente a la forma en la que la enfrentarás a medida que tu hijo(a) vaya creciendo. Por lo tanto, esos miedos, y dificultades tampoco son para siempre. Porque el foco con el que miramos ese problema va cambiando y esa herida que en un principio nos dolía muchísimo, con el tiempo pasa a ser una pequeña marca de guerra.

Creo que eso es lo más lindo y potente del camino de la maternidad, cuando te das cuenta que amas a ese pequeño ser mas que a ti misma y que no hay ninguna batalla que no resistirías por él.

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