Rab. Pablo Gabe
Pasar del aislamiento parcial, Tefilot en grupos reducidos, y clases virtuales, para encontrarnos nuevamente en los Iamim Noraim, nos conduce a un desafío importante.
Existe un género musical en cuyos orígenes se entrecruzan la cultura gauchesca, la africana, la italiana e hispánica. Estamos hablando del tango. Llegó a América Latina alrededor de la segunda mitad del siglo XIX, acompañando a la ola inmigratoria proveniente de Europa, estableciéndose fuertemente en los países del Río de la Plata. Logramos así, no enemistar ni a los argentinos ni a los uruguayos acerca de cuál es el país donde este tipo de música se hace más presente.
Mediante un lenguaje cercano al lunfardo, expresa en sus letras los sentimientos de desamor, la traición, la melancolía, la angustia por el exilio, y la pobreza material en algunos casos también.
El paso de los años lo ha premiado con una valoración tal que el 30 de septiembre de 2009, a petición de las ciudades de Buenos Aires y Montevideo, la Unesco lo declaró Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Hace ya varios años que ha regresado de manera masiva, se lo aprende a bailar en innumerables lugares de Buenos Aires. Inclusive, musicalmente ha tenido variaciones. Astor Piazzola (1921-1992) generó una revolución, creando un nuevo estilo denominado nuevo tango o tango de vanguardia, incorporando elementos del jazz y la música clásica. Por supuesto que, al mismo tiempo que es considerado uno de los compositores más importantes del siglo XX, ha tenido sus detractores que no soportaban la ‘modernización’ que le imprimió a ese tipo de música.
Aníbal Carmelo Troilo, Pichuco, o simplemente Aníbal Troilo, nació en Buenos Aires en 1914 y falleció en 1975. Fue bandoneonista, compositor, director de orquesta de tango. Querido por muchos conocedores de esta música, compuso innumerables piezas. Entre sus letras, existe una que me gustaría compartir con ustedes. El tango se llama “Nocturno a mi barrio”. He aquí un breve fragmento:
‘Alguien dijo una vez
Que yo me fui de mi barrio,
¿Cuándo? …¿pero cuando?
¡Si siempre estoy llegando!’
Vemos en su letra la melancolía que representa haberse ido del barrio. No solamente para él sino para todos aquellos que lo ven volver. El barrio, en tiempos en donde uno podía llegar a vivir en la misma casa durante más de veinte años, representa los orígenes: La infancia, los vecinos y amigos con los que jugábamos, la escuela, la adolescencia y los primeros amores. Dejar el barrio implicaba dar un salto para crecer. Independizarse, probablemente en tiempos de la universidad o los primeros en la vida profesional. Y si el crecimiento era también económico, uno aspiraba a tener una calidad de vida mejor de la que tuvo en sus primeros años. Atrás quedaba ese pasado que nos dio origen, pero del cual queríamos despegarnos porque si no, quedábamos atados al mismo sin poder dar ese salto. Pichuco, vuelve al barrio. Pero no quiere enfrentarse al hecho de volver, porque jamás quiso irse. Siempre estuvo llegando.
Cuando hablamos de poder volver a la presencialidad (palabra que el auto-corrector aún no conoce y la marca como error), nos preguntamos cómo será el día a día en nuestras comunidades.
¿Cómo habremos de relacionarnos? ¿Podremos construir una espiritualidad luego de tanta distancia?
El desafío está abierto porque volver siempre es un desafío. Al revés del tango y de las tantas historias que su letra recrea, nos fuimos porque tuvimos que hacerlo. Nos alejamos no por buscar un crecimiento sino para evitar que la pandemia nos golpease más aún.
Nos tuvimos que ir, pero ahora es tiempo de volver.
No es casual que estemos a poco de los Iamim Noraim. Son días en los que la palabra Teshuvá se hace presente en infinitos textos, clases, reflexiones. Teshuvá, de la palabra Lashúv, cuya traducción es volver, retornar. ¿De dónde es que debemos retornar?
En la teología de los Iamim Noraim, debemos retornar desde nos hemos desviado.
Los errores cometidos durante el año reflejan un alejamiento del camino por el cual debiéramos andar. Y al desviarnos del mismo a causa de nuestro comportamiento, tenemos que regresar, retornar al camino original. A ese camino o comportamiento del cual, idealmente, no debiésemos habernos ido.
En el tango, pichuco sabe que se fue, quiere volver. Desea nunca haberse ido, pero sabe que aquel alejamiento le sirvió para crecer, para aprender. Pudo conocer un mundo que, sin haberse ido, jamás lo habría visualizado y su retorno no habría sido tan sentido como la letra así lo expresa.
Nosotros queremos regresar. Haremos Teshuvá en un doble sentido. Miraremos hacia nuestro interior, analizaremos lo que haya que analizar, cambiaremos nuestro comportamiento y haremos nuestro mejor esfuerzo para que nuestros actos sean mejores que en el pasado.
Pero por sobre todas las cosas, queremos hacer otra Teshuvá: La del retorno a la comunidad. Poder volver a encontrarnos, compartir con el otro lo que nos pasa, lo que sentimos.
Con el profundo deseo de nunca habernos querido ir. Pero ya que nos fuimos y estamos volviendo, que la experiencia vivida sea para aprender, para volver mejor aún.